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La noche y nuestros demonios





Este posteo viene de la mano de una noche sin dormir. Una noche en la que desperté más de ocho veces en nueve horas. Recordé la época en la que esto me sucedía cada noche, con luna llena o sin luna, lo que no recuerdo bien es cómo sobreviví. No pretendo hablar de la teoría del sueño infantil, de la que ya he hablado y abunda material (recomiendo “Dormir sin lágrimas” de Rosa Jové) sino del sueño infantil (y adulto), las emociones y el aislamiento. Cuando nacemos y durante nuestros primeros años de vida, nos encontramos más cerca de nuestra esencia, de nuestro ser más real. Es por ello que, los filtros (llámese también ego, sugiero lean al Dr. Claudio Naranjo) que luego tendremos en la juventud y adultez todavía no están activados. Podrá haber algún atisbo de lo que luego usaremos de coraza, pero la realidad es que en la niñez todo lo que pasa afuera pasa adentro, con una intensidad similar a la de un maremoto. Les niñez sienten sus emociones, las nuestras y las de los vecinos. No lo eligen, son permeables y sensitivos. Cada uno, a su manera, habrá manifestaciones corporales, verbales y emocionales. A veces con más claridad y otras con menos, pero allí estará el maremoto emocional del afuera en sus cuerpitos perfectos y amorosos. Y si a esto le sumamos que es de noche, que estamos en aislamiento, que en unos días a la mayoría les cambió la vida y que se habla de enfermedad, coronavirus y muerte... - Mi hijo de 4 años me preguntó tranquilamente mientras cenábamos: ¿cuánto falta para que te mueras mamá? No puedo ni imaginarme todo lo que pasará por su(s) cabecita(s)- Sus miedos arrasándolos por dentro y alejandolos del entendimiento que pueden darle a la situación que estamos viviendo.

La noche como maquina procesadora de este y otros demonios. Porque eso es el sueño, una herramienta salvadora que tiene la humanidad, para descansar la mente, reposar el cuerpo y procesar la información que vivimos en el día. Que así sea para mantener la cordura, habilitemos a los demonios salir cuando no hay guardias a la vista. Abracemos, demos besos y arrullos. Recordemos que a nosotres también nos pasa, aunque no siempre nos dejemos, aunque no siempre reconozcamos que tenemos miedo y también quisiéramos recibir ese abrazo. Lic. Psi. Pilar Tourreilles

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