A menudo tengo la sensación de que cada experiencia que he tenido, desde el momento de mi concepción, me ha preparado para lo que estoy viviendo en el presente. Ocurrió en cierto momento de mi vida que logré reconocer un profundo deseo de conocerme, comprenderme  y (agregaría hoy) amarme verdaderamente, que me llevó por diversos 

caminos y vivencias.

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En ese recorrido surgió el llamado a acompañar a otras personas en su propia búsqueda de sanación y autoconocimiento. Cuando hablo de sanación me refiero a un proceso de transformación que comienza  por reconocer el propio sufrimiento, tomar consciencia de que  actuamos de manera estereotipada y que percibimos la realidad de forma distorsionada. Esto se refleja en nuestros vínculos y hace que tropecemos una y otra vez con la misma piedra.

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A medida que observamos cómo repetimos en el presente esquemas  que responden a experiencias del pasado, podemos comenzar a ensayar nuevas respuestas y darnos permiso para expresar lo que  realmente sentimos. Poco a poco la consciencia se va ampliando y vamos recuperando la creatividad, la espontaneidad y la capacidad de re-descubrirnos y re-inventarnos en cada momento.

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Para acompañar a las personas con las que trabajo en este proceso me valgo de ambas manos; la derecha representa la tarea de mostrar los condicionamientos, señalar las manipulaciones y develar lo que no es auténtico. La izquierda simboliza la posibilidad de recibir y aceptar a la persona tal como es; con su historia, sus dificultades,  sus recursos y potencialidades. Representa también la capacidad de contener y acompañar en los momentos de dolor.

 

Porque el dolor es parte del crecimiento y es necesario para abrir el corazón, dejar atrás lo que ya fue y dar paso a lo que es y lo que vendrá.